El 22 de octubre de 1945, Perón y Eva Duarte se casaban ante el Registro Civil de la
ciudad de Junin, provincia de Buenos Aires. Es por eso que presentamos, en esta página el texto completo de un escrito de Juan Domingo Perón que deja en claro que el amor que los unió fue real y no una "conveniencia" como han sostenido los que propiciaron gobiernos que destrozaron a la Nación.
A continuación, el texto:
MI CASAMIENTO CON EVITA
Por Juan Domingo Perón
El 22 de octubre de 1945, Evita y yo nos casamos por civil
en Junín.
El jefe de la sección primera, Hernán Antonio Ordiales,
levantó el acta ante los testigos, Domingo Mercante y Juan Duarte.
Ese día el general Pistarini juro como vicepresidente de la
Nación, quedaba en claro que nuevamente era la gente y no yo el que imponía a
otro hombre fiel a la revolución del 4 de junio en aquel puesto estratégico.
Por eso afirmo que, en realidad la decisión del casamiento
entre Eva y Yo fué el primer acto revolucionario que produjo el justicialismo.
Un oficial del ejercito argentino, casado con una artista,
era una grave ofensa para la imagen de la institución, pero si a ello se agrega
el echo de que ese oficial había cobrado una trascendencia insospechada, el
cuadro de esa realidad se volvía, para muchos cortos de genio bochornosa.
Cuando advirtieron mi
decisión de unirme a Eva, primero trataron de disuadirme, luego el hecho les
sirvió para justificar la razón por la cual mi desenvolvimiento en el ejercito
se debió a una casualidad .
La verdad, todo esto parecía un sin sentido, un culebrón de cuarta
La sociedad “bien“ de la época nunca comprendió mi relación
amorosa con Eva Perón.
Era lógico.
Que hombre comprendía a otro que se sentía feliz de ir a la
cama todas con la misma mujer.
Ellos lo hacían, por cierto, pero nunca, nunca eran dos en
el lecho, porque entre ellos se acostaba también la monotonía, la frigidez y en
el mejor de los casos, la obsecuencia.
Evita fue siempre una mujer apasionada y su fervor no solo
lo vaciaba en la política sino que se desplegaba en todos los actos de su vida.
Evita había vuelto a trabajar conmigo con más espíritu y mas
pasión, pensábamos al unísono, con el mismo cerebro, sentíamos con la misma
alma.
Era natural por ello que en tal comunicación de ideas y de
sentimientos naciera ese amor con el cual enfrentábamos al mundo.
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